Mariana Enriquez: Las cosas que perdimos en el fuego y el terror latinoamericano

Mariana Enriquez: Las cosas que perdimos en el fuego y el terror latinoamericano

El título también cuenta. También es parte de una literatura. 

Mariana Enriquez en eso, y desde ya, es una maestra. Solo por nombrar algunos de mis favoritos: Los peligros de fumar en la cama (Emecé, 2009), Nuestra parte de la noche (Anagrama, 2019) y Alguien camina sobre tu tumba: Mis viajes a cementerios (Galerna, 2013). 

Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016) no se queda atrás. Lo recupera de uno de relatos, donde las mujeres se prenden fuego para romper la epidemia de crímenes machistas. Sabiendo eso, la gran frase “las cosas que perdimos en el fuego” llega a ser aún más magistral, sobre todo porque mucho tiene que ver con eso. 

Este libro de cuentos explota por completo el género del terror, pero no solo en su forma más convencional: la extrañeza de lo cotidiano, el miedo ante lo desconocido, el lado oscuro o la noche. También el terror en lo real: en la falta de amor, en la norma patriarcal, en la desigualdad de clase, en la (otra) realidad de la Argentina. También el terror que subyace en un lenguaje que es frío, directo y crudo. En eso, Mariana Enríquez hace una prosa coherente, tanto en sus temáticas como el terror en la forma y el contenido, en el lenguaje, en la tensión, en la historia y en lo que subyace a esa historia. Algo así como la poética de Clarice Lispector, que su lenguaje metafórico parece permear cada rincón de su literatura. Mariana Enríquez, con el terror, hace una algo parecido.

El horror en Enriquez

Y es un terror latinoamericano. Porque la mezcla con la mitología, la brujería, el horror de una realidad injusta y violenta  —en clase pero también en sexo— son lo que hace que los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego tengan maestría en hacer de palabras y párrafos un ambiente no solo muy nacional (el lenguaje que se utiliza es muy cotidiano, local, no solo cuando hablan los personajes sino también la narradora), también regional. Si bien ocurre prácticamente todo en Argentina, tiene ese algo de identidad latina que hace que entre en la realidad terrorífica de nuestro lugar del planeta.

Debo admitir que entrar en Mariana Enríquez no es tan fácil. No estoy segura de si fue eso lo que me dificultó la lectura de los dos primeros cuentos del libro (“El chico sucio” y “La hostería”) o fue solamente cosa de gustos, pero lo cierto es que fue recién el tercer cuento el que me agarró y me terminó por convencer de que la literatura de Enriquez es única, coherente y encantadora. «Los años intoxicados» tiene mucho de mostrar la historia argentina de las últimas décadas del siglo XX. Un grupo de amigas crece y pasa por distintos años (me atrevería ponerle a “años” el adjetivo “políticos”) de la Argentina empobrecida, del 1 a 1 y los cortes de luz. Muestra la realidad de los suburbios, el lado oscuro de la adolescencia en la época. “La casa de Adela”, el cuento que viene después, me hizo repensar si era buena idea leer a la autora antes de irme a dormir. “Tela de araña” me hizo encontrar en el lenguaje crudo de Enríquez una belleza inigualable:

«Es más difícil respirar en el norte húmedo, ahí tan cerca de Brasil y Paraguay, con el río feroz custodiado por mosquitos y el cielo que pasa en minutos de celeste límpido a negro tormenta. La dificultad se empieza a sentir enseguida, ni bien se llega, como si un abrazo brutal encorsetara las costillas. Y todo es más lento…»

Mariana Enríquez

A estas alturas del libro, como lector(a) ya te vas dando cuenta de las persistencias temáticas, sobre todo en los personajes femeninos, que suelen narrarse en primera persona o en tercera focalizada en el femenino. Son mujeres solitarias y aisladas, con problemas en sus relaciones de pareja —hay una sutileza en el tratamiento de lo patriarcal, pero está ahí: el machismo, la violencia de ese pensamiento y el horror de la casi inexistencia del amor en los relatos—, y son quienes viven lo terrorífico; la locura  (¿locura o realidad?), lo supramundano y la extrañeza. Y a pesar de ser insolentes, fríos en el lenguaje y en muchos de sus pensamientos, también son profundamente empáticos y sentimentales. Hay patrones constantes, como protagonistas mujeres que son vistas ante el mundo como locas (algo, por cierto, muy cotidiano y real) y vivencias que pueden considerarse fantásticas o tener explicaciones en el mundo, como suele ocurrir con lo imaginario, o los espíritus y los juegos mentales.

Por su parte, el cuento Las cosas que perdimos en el fuego, que da nombre al libro, parece ser casi una realidad posible: un conjunto de mujeres que, víctimas del patriarcado y el feminicidio frustrado, son quemadas por sus parejas y por tanto deciden comenzar a hacerlo por práctica propia. Es el mismísimo terror latinoamericano: la realidad vívida de una región con altísimos índices de machismos y femicidios. Es un cuento alucinante y una manera magistral de terminar un libro sugestivo y diferente a cualquier cosa que he leído.

SINOPSIS

El mundo de Mariana Enriquez no tiene por qué ser el nuestro, y, sin embargo, lo termina siendo. Bastan pocas frases para pisarlo, respirarlo y no olvidarlo gracias a una viveza emocional insólita. Con la cotidianidad hecha pesadilla, el lector se despierta abatido, perturbado por historias e imágenes que jamás conseguirá sacarse de la cabeza.

Las autodenominadas «mujeres ardientes», que protestan contra una forma extrema de violencia doméstica que se ha vuelto viral; una estudiante que se arranca las uñas y las pestañas, y otra que intenta ayudarla; los años de apagones dictados por el gobierno durante los cuales se intoxican tres amigas que lo serán hasta que la muerte las separe; el famoso asesino en serie llamado Petiso Orejudo, que solo tenía nueve años; hikikomori, magia negra, los celos, el desamor, supersticiones rurales, edificios abandonados o encantados… En estos doce cuentos el lector se ve obligado a olvidarse de sí mismo para seguir las peripecias e investigaciones de cuerpos que desaparecen o bien reaparecen en el momento menos esperado. Ya sea una trabajadora social, una policía o un guía turístico, los protagonistas luchan por apadrinar a seres socialmente invisibles, indagando así en el peso de la culpa, la compasión, la crueldad, las dificultades de la convivencia, y en un terror tan hondo como verosímil.

Ficha

Título: Las cosas que perdimos en el fuego.

Autora: Mariana Enriquez.

Editorial: Anagrama.

Edición: Barcelona, 2016.

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